24 de noviembre de 2019

CRISTÓBAL COLÓN Y LA CONTRIBUCIÓN DE LOS JUDÍOS EN EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

CRISTÓBAL COLÓN Y LOS JUDÍOS PARTE 3 DE 3



     En esta tercera y última parte del libro del rabino e historiador Meyer Kayserling “Cristóbal Colón y la Participación de los Judíos en los Descubrimientos Españoles y Portugueses” escrito en 1894, veremos los capítulos finales 7 y 8, en los cuales el autor narra de cómo los bienes de los judíos expulsados de España ayudaron a financiar la segunda expedición de Colón, de los descubrimientos que realizaron los navegantes portugueses, de los "marranos" en el Nuevo Mundo y en otras partes, y de la labor de la Inquisición.

Todo este libro, cuyo eje son siempre los judíos en distintos escenarios históricos, deja sin embargo un acopio de datos no comúnmente hallables en la información más corriente, que complementan lo que se sabe de cómo se tejieron algunos acontecimientos, en la interpretación de este leído rabí, información que muchos han aprovechado desde su publicación.


CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS JUDÍOS EN LOS DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES POR MEYER KAYSERLING 1894


CAPÍTULO VII

Regreso de Colón — Sus Cartas a Santángel y Sánchez — Preparativos para la Segunda Expedición; el Dinero de los Judíos Utilizado — El Segundo Viaje — Descubrimientos Portugueses — Vasco da Gama y Abraham Zacuto — Gaspar da Gama — Francisco de Albuquerque y Hucefe, o Alexander de Atayde.


     Encantado por el éxito de su expedición y con los grandes tesoros de oro, plata y especias que había encontrado, Colón comenzó su viaje de regreso en Enero de 1493. Él agradecidamente recordó que Luis de Santángel le había proporcionado los medios para emprender su viaje, y de ahí que él consideró como su deber enviar a Santángel las primeras buenas nuevas de su éxito, un detallado relato de su viaje y descubrimientos. Esa carta fue escrita en castellano cerca de las Azores o las Canarias el 15 de Febrero de 1493. En ella Colón habla del gran triunfo que Dios le había concedido, y declaró que él y la armada que el monarca español había colocado a su disposición habían alcanzado las Indias en veintitrés días, y que había descubierto allí muchas islas habitadas. Él hizo un informe similar al tesorero Gabriel Sánchez. Santángel y Sánchez inmediatamente hicieron llegar esas cartas al rey y a la reina, quienes entonces estaban residiendo en Barcelona, y poco después sus majestades recibieron al explorador con mucha ceremonia.

     Las noticias de los descubrimientos se difundieron rápidamente por la mayor parte de Europa [1]. Gabriel Sánchez dio una copia de la carta de Colón a un librero en Barcelona, el cual la hizo imprimir en letras góticas; dentro de un año dos ediciones fueron publicadas. Leandro de Cosco preparó una traducción latina, de la cual cuatro ediciones fueron impresas en el primer año, 1493. En años recientes diversas traducciones inglesas e italianas de esas cartas han sido publicadas. Ellas siempre formarán el monumento conmemorativo más notable de la historia americana.

[1] Colón y los descubrimientos españoles tempranamente llamaron la atención de escritores judíos. El primero de ellos que menciona el asunto es Abraham Farisol de Aviñón, quien, cuando tenía diecinueve años de edad, se instaló en Mantua, y de allí emigró a Ferrara. Los relatos de los descubrimientos de Colón que fueron primero publicados en Vicenza, en 1507, en una colección de viajes al Nuevo Mundo, sirvieron como la base del trabajo de Farisol titulado Carta acerca de los Estilos de Vida, escrita en hebreo en Noviembre de 1524, y primeramente publicada en Venecia en 1587. Ese trabajo, que es una especie de tratado general sobre geografía, da algunas breves noticias acerca de América, y llama al descubridor "Cristofol Colombo, un genovés".

     Dicho tema fue estudiado más a fondo por Joseph Cohen, un hijo de exiliados españoles, que nació en Aviñón en 1495. Él fue educado en Génova, donde ejerció como médico hasta 1550, cuando él y sus correligionarios fueron desterrados de aquella ciudad. Él fue a Voltaggio, y luego se estableció en Castelletto Monferrato. Él tenía ochenta años cuando murió. Tradujo al hebreo la Historia General de las Indias de Francisco López de Gómara, que apareció en 1535, la segunda parte de la cual contiene La Conquista de México y de la Nueva España. La traducción hebrea en dos libros, que fue completada en 1557, existe sólo en manuscrito. Cohen también habla de los descubrimientos portugueses y españoles en su tratado hebreo titulado Libro de la Crónica de los Reyes de Francia y de los Grandes Duques Otomanos, que primero apareció en Venecia en 1553 ó 1554. Cohen atribuye el descubrimiento de América a Amerigo Vespucci.

     A fin de protegerse contra los celos de Portugal, y de asegurar para España las tierras descubiertas por Colón así como aquellas que éste pudiera descubrir en el futuro, el astuto Fernando apeló al Papa por ayuda. En ese entonces el trono papal era ocupado por el aragonés Alejandro VI. La única cosa buena que puede ser dicha de él es que trató a los judíos magnánimamente; él, de hecho, era comúnmente llamado "el marrano" o "el judío". Aunque él no fuera un amigo de Fernando, publicó su famosa Bula de Demarcación el 3 de Mayo de 1493, que pretendía impedir futuras peleas entre España y Portugal en cuanto a la posesión del territorio recién descubierto. Esa concesión fue concedida a España para todo tiempo futuro, a condición de que sus gobernantes se esforzaran por propagar la fe católica en las tierras recién descubiertas [2].

[2] Dicha concesión fue modificada posteriormente por el Tratado de Tordesillas de 1494.

     Mientras Colón estaba aún en Barcelona, se hicieron rápidos preparativos para su segundo viaje. Fernando no carecía ahora de medios. Según su propia declaración, él había averiguado que los judíos, expulsados de su reino "para el honor y la gloria de Dios", habían dejado dinero o su equivalente en propiedades personales e inmuebles, así como muchas deudas que ellos habían sido incapaces de cobrar. Según una orden Real del 23 de Noviembre de 1492, las autoridades debían confiscar para la tesorería estatal toda la propiedad que había pertenecido a los judíos, incluída la que los cristianos habían tomado de ellos o de la que se habían apropiado ilegalmente o mediante la violencia.

     El 23 de Mayo de 1493 al almirante de las islas recién descubiertas y a Juan Rodríguez de Fonseca, el arcediano de Sevilla, que supervisaba el equipamiento de la flota de parte de la corona, les ordenaron ir a Sevilla y Cádiz para asegurar tales barcos, marineros y las provisiones que fueran necesarias para la segunda expedición. Aquel mismo día Fernando e Isabel firmaron un gran número de órdenes para funcionarios Reales en Soria, Zamora, Burgos y muchas otras ciudades, instruyéndolos para que aseguraran la posesión inmediata de todo el dinero, metales preciosos, utensilios de oro y de plata, joyas, piedras preciosas y todo lo demás que había sido tomado de los judíos que habían sido expulsados de España o que habían emigrado a Portugal, y todo lo que esos judíos habían confiado para su depósito a parientes marranos o amigos, y todas las posesiones judías que los cristianos habían encontrado o de las que se habían apropiado ilegalmente. A los funcionarios Reales también se les ordenó convertir toda esa propiedad en dinero contante y entregarlo al tesorero Francisco Pinelo en Sevilla, para solventar los gastos de la segunda expedición de Colón.

     La corona, de esa manera, se apropió de las grandes sumas de dinero que habían sido tomadas de los judíos desterrados. Por ejemplo, varias letras de cambio que Juan Bran, un judío que había huído a Portugal, debía pagar a Antonio de Castro, de Toledo, a Julián Catanes y Bernaldo Pinolo, fueron encontradas en posesión de varios comerciantes, y fueron confiscadas por la corona. Los beneficios, 4.120 ducados en oro, fueron depositados en el monasterio de Las Cuevas por De la Torre, un funcionario de la tesorería Real. El 23 de Mayo de 1493 el rey y la reina solicitaron que el conde de Cifuentes tomara el dinero del monasterio inmediatamente y lo hiciera transferir a salvo al tesorero Pinelo, a fin de que él pudiera usarlo para el equipamiento de la flota que debía ser enviada a las Indias. Juan de Ocampo, el alcaide de Orueña, tenía en su posesión oro, ornamentos, ropa y otros artículos dejados por un judío que había huído a Portugal. Un detallado inventario de esa propiedad, preparado por el secretario Real Fernando Álvarez de Toledo y firmado por otros funcionarios Reales, fue enviado al conde Alonso, un pariente de Fernando e Isabel; a él se le instruyó para que se hiciera cargo de los artículos, los vendiera, y entregara los beneficios, hacia fines de Junio o como máximo el 10 de Julio, a Pinelo, para ayudar a pagar los gastos de la armada que debía ser equipada "para el descubrimiento de las islas y continentes en el océano".

     De manera similar y para el mismo propósito a Bernaldino de Lerma le ordenaron transferir a Pinelo el equivalente en efectivo del dinero, objetos de valor, ropa y otros artículos que pertenecían a los judíos desterrados que el administrador del rey, Juan de Soria, la esposa de Diego Guiral, Antonio Gómez de Sevilla, Álvaro de Ledesma y otros había recibido del orfebre Diego de Medina, de Zamora. Bernaldino recibió una orden para tratar de manera parecida con todo el oro, plata, joyas y varias otras cosas (especificadas en un inventario enviado con la orden) que el rabino Efraím, el judío más rico en Burgos, antes de emigrar de España, había dejado con Isabel Osorio, la esposa de Luis Núñez Coronel, de Zamora.

     No simplemente la ropa, los ornamentos y los objetos de valor que habían sido tomados de los judíos fugitivos fueron convertidos en dinero, sino que también las deudas que ellos habían sido incapaces de cobrar fueron declaradas por orden de la corona decomisadas para la tesorería estatal, y se adoptaron rigurosas medidas para cobrarlas. Varios comerciantes en Calahorra, Burgos y otras ciudades, a saber, Alonso de Lerma, Juan de Torres, Alonso de Salamanca, Juan Alonso de Sahagund y otros, debían grandes sumas de dinero al rico Efraím y a Benveniste de Calahorra, el cual en el momento de la expulsión era un habitante de Burgos. A García de Herrera, un funcionario de la casa Real, le ordenaron cobrar esas deudas inmediatamente, así como todas las otras deudas por cobrar que los judíos habían dejado dentro del territorio de Burgos, o al menos tales de estas reclamaciones que no habían sido pagadas ya al corregidor García Cortés. De manera parecida se ordenó que Luis Núñez Coronel pagara a Bernaldino de Lerma, sin oposición o tardanza, los 4.850 ducados que su esposa debía por casas compradas que habían sido de los judíos.

     Los inventarios mencionados de los artículos confiscados encontrados en manos de cristianos o en manos de parientes marranos de los judíos desterrados nos permiten estimar aproximadamente la riqueza de los judíos, así como la avaricia de los gobernantes españoles. Entre las posesiones de los judíos encontramos cucharas, tazas, escudillas, teteras, ollas, candelabros, báculos, todo de plata, y también anillos de plata y de oro, perlas y corales, y un número sorprendentemente grande de pulseras de plata, broches, cinturones, cadenas, hebillas, botones y cintas para el pelo [3]. En su ilimitada avaricia el rey y la reina no solamente ordenaron que todos los confiscados objetos de valor y la ropa de los judíos fueran vendidos, sino también los gastados damasquinados, terciopelos, sedas, y cubiertas de lino y envoltorios de los rollos de la Torá, y los manteles de seda usados en las sinagogas; todo aquello fue utilizado para el equipamiento de la expedición de Colón.

[3] La ley prohibía a las judías llevar puestos ornamentos hechos de oro. Véase Kayserling, Das Castilianische Gemeinde-Statut, en Jahrhuch für die Geschichte der Juden, IV, 278, 331.

     Es completamente cierto que las medidas adoptadas por Fernando e Isabel para Soria, Zamora y Burgos también fueron aplicadas a todas las otras ciudades y provincias en las cuales los judíos habían vivido. De los inventarios que todavía existen podemos deducir que solamente en dinero efectivo —en la forma de ducados, doblones, reales, castellanos, florines, justos [4] y cruzados— al menos dos millones de maravedíes [5] fueron tomados de los judíos desterrados. Si añadimos a eso los beneficios de las letras de cambio confiscadas que vinieron de Portugal, las grandes deudas debidas a los judíos solamente en Burgos que la corona cobró, y los beneficios de los muchos artículos de oro y plata, joyas y gemas, especificados como requisados, la suma que la tesorería estatal ganó por la expulsión de los judíos —calculada simplemente sobre la base de los inventarios existentes— ascendió a aproximadamente seis millones de maravedíes. Eso era más de cuatro veces lo que fue gastado por la primera expedición de Colón. A esa suma deben ser añadidos los dos millones que la Inquisición en Sevilla entregó al comerciante florentino Juonato Beradi, que vivía en Sevilla y a quien se le había confiado el equipamiento de la armada.

[4] Un justo es una moneda de oro portuguesa que valía 600 reis; medio justo era llamado un espadín.
[5] En el tiempo de Fernando e Isabel, 1 marco de plata = 2.210 maravedíes; 1 ducado = 383 maravedíes; 1 doblón = 490 maravedíes.

     Es imposible calcular las enormes sumas que la Inquisición arrebató a judíos y moros, o las que la tesorería estatal ganó por la expulsión de los judíos. ¡Pobre España! Según una orden del 23 de Mayo de 1493, fue del dinero de los judíos que a Colón se le pagaron los diez mil maravedíes que los monarcas españoles habían prometido como una recompensa para el primero que divisara tierra; y el 24 de Mayo él recibió un regalo adicional de mil doblones de la misma fuente. Como hemos indicado ya, fue también con el oro judío que fueron pagados los gastos de su segunda expedición.

     El 28 de Mayo de 1493 Colón dejó Barcelona para hacer los preparativos necesarios para su segundo gran viaje, y él navegó desde Cádiz para América el 25 de Septiembre. Él fue acompañado por mil doscientos hombres, entre quienes había, como en el caso del primer viaje, varias personas de linaje judío. La lista de la tripulación no ha llegado hasta nosotros.



     Colón descubrió las islas de Dominica, Marigalante, Guadalupe y Puerto Rico, y finalmente llegó a Jamaica; pero él pronto cayó del pináculo de renombre al cual había subido tan laboriosamente. Los hidalgos que lo acompañaron fueron decepcionados en sus expectativas; el éxito alcanzado no era correspondiente con el gran costo del viaje que habían hecho. Los gobernantes de España, el desconfiado Fernando y la voluble Isabel, le retiraron a Colón su favor, hasta que finalmente él cayó en desgracia. Aquello en parte se debió a los descubrimientos que los portugueses hicieron en aquel tiempo.

     El éxito de Colón había animado a los portugueses a continuar sus propias exploraciones a lo largo de la costa del sur de África, en busca de la tierra de piedras preciosas y especias y una ruta por el océano hacia India. El plan que João II había formado para emprender un nuevo viaje de descubrimiento, pero que su muerte le impidió ejecutar, fue asumido por su sobrino y sucesor, Dom Manuel, poco después de su ascenso al trono. El comandante que él designó para que se hiciera cargo de la escuadra equipada para ese fin fue Vasco da Gama, un hombre de gran determinación, versado en cosmografía y ciencia náutica.

     Antes de enviar la flotilla, sin embargo, el rey convocó a su astrólogo confidencial a Beja, la residencia Real, a fin de consultar con él una vez más acerca del plan de exploración. Ese astrólogo era Abraham Zacuto, mencionado en un capítulo precedente, quien, a consecuencia del edicto español de expulsión del 31 de Marzo de 1492, había seguido a su anciano profesor, el piadoso rabino Isaac Aboab, a Portugal, y se había instalado en Lisboa. De allí en adelante él dedicó sus servicios a la tierra que, al menos por un tiempo, lo recibió hospitalariamente a él y a sus correligionarios españoles. Debido a su extenso conocimiento de astronomía y matemáticas, él fue altamente estimado tanto por el rey João como por Dom Manuel. En 1494 João le hizo un presente honorífico de diez espadines de oro, o tres mil reis; Manuel lo designó como su astrólogo, y tuvo frecuentes conferencias con él acerca de asuntos astronómicos y marítimos. A petición del rey Manuel, Zacuto se dedicó con mucho celo a la elaboración de una teoría acerca de las tormentas, e indicó cómo los barcos podrían hacer sin peligro el viaje al Cabo de Buena Esperanza y volver en un tiempo comparativamente breve.

     El rey Manuel mostró su gratitud a Zacuto, y pidió el consejo de éste acerca de la propuesta expedición a India. El astrólogo no ocultó al rey los grandes peligros que tendrían que ser encontrados en un viaje a una tierra tan distante, pero dijo que, en su opinión, aquello resultaría en el sometimiento de una gran parte de India a la corona portuguesa. Las obras de Zacuto facilitaron materialmente la ejecución de los grandes planes de Vasco da Gama y otros exploradores. Da Gama tenía a Zacuto en alta estima, y antes de navegar desde Lisboa el 8 de Julio de 1497, conferenció con él y recibió información suya en presencia de toda su tripulación [6].

[6] Antes de 1502 Zacuto fue a Túnez, donde escribió su valiosa crónica, Jochasin. Él murió en Esmirna alrededor del año 1515.

     Durante el viaje de regreso de Da Gama a Europa, mientras estaba en la pequeña isla de Anchediva, a sesenta millas de Goa, un europeo alto con una larga barba blanca se acercó a su barco, en un bote con una pequeña tripulación. Él había sido enviado por su señor Sabayo, el gobernante musulmán de Goa, para negociar con el navegante extranjero. Dicho visitante era un judío, el cual, según algunos cronistas, había llegado desde Posen [en Polonia], y según otros desde Granada. Expulsados de sus casas debido a su religión, sus padres habían emigrado a Turquía y Palestina. Desde Alejandría, que según algunos cronistas había sido su lugar de nacimiento, él se dirigió a través del Mar Rojo a La Meca y de allí a la India. Allí él estuvo en cautiverio durante mucho tiempo, y más tarde fue hecho almirante (capitao mór) por Sabayo [7].

[7] Según Damião de Goes, Chron. de D. Manuel, parte I, cap. 44, "era judeu de Reyno do Polonia do Cidade de Posna". Según Barros, Asia, dec. I, lib. 4, cap. II, él nació en Alejandría. Correa, I, 125, lo llama "judeo granadi... este judeo na tomada de Granada sendo homem mancebo desterrado"; esto no está de acuerdo, sin embargo, con la propia declaración del judío de que antes de la llegada de los portugueses a Goa, en 1498, él había pasado cuarenta años en prisión. Su nombre es desconocido.

     Cuando el judío llegó a los barcos portugueses con sus flameantes banderas, él saludó a la flota en la lengua castellana con el saludo náutico "Dios bendiga a los barcos, a los capitanes, y a todos los marineros". Grande fue la alegría de los portugueses de oír tan lejos de casa un lenguaje estrechamente relacionado con su lengua materna. Grande fue también el deseo del judío de obtener noticias de su tierra natal, que todavía le era querida. Confiando en la promesa de seguridad completa que los portugueses le dieron, él subió a bordo de uno de sus barcos. Allí fue recibido con señales de respeto, y los marineros escucharon con placer sus reminiscencias. Su deseo de prolongar la conferencia llevó a Vasco da Gama a sospechar que él era un espía. A una señal del comandante, el judío, para su gran sorpresa, fue repentinamente agarrado y atado de manos y pies. Después de ser desvestido, fue despiadadamente azotado por dos sirvientes del barco. Da Gama juró por la vida de su rey que él lo haría azotar hasta que confesara la verdad entera. Para evitar los tormentos de la tortura él finalmente se sometió a los portugueses, y a fin de salvar su vida, prometió permitir que él fuera bautizado. Él fue llamado Gaspar da Gama, a partir del nombre del almirante, quien actuó como su padrino.

     El marinero judío Gaspar, o, como es a veces llamado, Gaspar de las Indias, fue llevado a Lisboa por Vasco da Gama. El rey Manuel, que se agradó mucho del recién llegado y le gustaba conversar con él, le dio ricos presentes en ropa, caballos y criados, y también le concedió una carta de privilegios. Como Peschel realmente afirma, Gaspar prestó servicios inestimables a Vasco da Gama y a varios comandantes posteriores de la flota portuguesa. Él era un marinero de experiencia, bien versado en idiomas y totalmente informado de todos los asuntos referentes a India.

     En el año 1500 él acompañó a Pedro Álvares Cabral en su expedición al Este. Eso él lo hizo por expreso deseo del rey, que instruyó a Álvares Cabral para que consultara con Gaspar en todos los asuntos importantes. Álvares lo empleó principalmente como intérprete. Espléndidamente vestido Gaspar negoció con el rey de Melinde, con quien ya se había relacionado cuando él estaba empleado por Sabayo. Asumiendo el vestido musulmán como un disfraz y simulando rezar como un musulmán, él descubrió un rebelde complot de los nativos de Calicut para masacrar a los portugueses.

     Desde Calicut Álvares Cabral navegó hacia el Sur a Cochín. Gaspar había aconsejado que él hiciera eso. El judío había expresado la opinión de que, con vientos favorables, Cochín podría ser alcanzado en un solo día. Él también había informado al almirante de que allí se encontraría un mejor puerto y mucho más pimienta y otras especias que en Calicut [8].

[8] Según Gaspar Correa, Lendas da India, fue por seguir el consejo de Gaspar que Álvarez Cabral descubrió la costa de Brasil.

     En Cabo Verde, en su viaje a casa, Álvares se topó con los barcos que habían sido enviados desde Portugal expresamente para descubrir Brasil. Amerigo Vespucci, que estaba en esa flota, se dio prisa para aprovecharse del conocimiento y la experiencia de Gaspar da Gama, el hombre mejor informado entre los seguidores de Álvares Cabral. Gaspar le dio la información deseada acerca de la situación y condición, la riqueza y el comercio, de las distantes tierras que Vespucci tenía la intención de visitar. Este último, puede ser observado incidentalmente, nunca menciona a Colón y sus descubrimientos; él lo ignota como si nunca hubiera existido. Pero él habla de Gaspar en términos de alta alabanza. En una de sus cartas Vespucci se refiere a él como "un hombre digno de fe, que había viajado desde El Cairo hasta una provincia que se denomina Malaca [en Malasia], la cual está situada en la costa del Mar Índico... el dicho Gaspar, que sabía muchas lenguas y los nombres de muchas provincias y ciudades. Como digo, es un hombre de mente alta, porque ha hecho dos veces el viaje desde Portugal al Mar Índico. Él también visitó la isla de Sumatra, y me dijo que él sabía de un gran reino en el interior de India que era rico en oro, perlas y otras piedras preciosas" [9].

[9] F. A. de Varnhagen, Amerigo Vespucci; Son Caractère, Ses Écrits, Sa Vie, Lima, 1865; Humboldt, Examen Critique de l'Histoire de la Géographie, V, 82.

     En el año 1502 Gaspar hizo otro viaje a la India con una flota que fue comandada por Vasco da Gama. Él negoció con el rey de Quiloa, que era conocido por ser astuto e ingenioso. En Cochín, unos días más tarde, él encontró de nuevo a su esposa. Esa mujer, que era notoria por sus conocimientos, había resistido todos los incentivos para abandonar el judaísmo. Cuando el primer Virrey de India, Francisco de Almeida, fue a tomar posesión de su cargo en 1505, él fue acompañado por Gaspar y, entre otros, por el hijo del doctor Martín Pinheiro, el juez de la Corte Suprema en Lisboa. El joven Pinheiro llevó consigo un tronco completamente lleno de rollos de la Torah, que habían pertenecido a las sinagogas recientemente destruídas de Portugal. Él tenía la intención de venderlas en Cochín, donde había muchos judíos y sinagogas [10]. La esposa de Gaspar negoció la venta; por trece rollos de la Torah Pinheiro obtuvo cuatro mil pardaos. Cuando el virrey oyó de esa transacción, reprochó a Pinheiro con un lenguaje violento, y luego, después de confiscar los beneficios de la venta para la tesorería estatal, inmediatamente envió un informe de todo ese asunto a Lisboa.

[10] En 1504, cuando Isaac Abravanel escribió sus comentarios sobre el Libro de Jeremías, él vio una carta, escrita por comerciantes portugueses que venían desde la India con especias. En esa carta el indicó que ellos habían encontrado a muchos judíos en aquella tierra. Abravanel, Comentarios sobre Jeremiah, cap. 3.

     Gaspar volvió a Lisboa con Vasco da Gama en 1503. El rey Manuel, que todavía lo tenía en alta estima, le confirió el rango de cavalleiro de sua casa en reconocimiento a sus servicios.

     Una relación similar a la que Gaspar tuvo con Vasco da Gama, otro judío la tuvo con Alfonso de Albuquerque, el comandante de la flota portuguesa y gobernador de la India. En 1510, cuando Diogo Mendes de Vascogoncellos fue enviado por el rey de Portugal para ayudar al apremiado Albuquerque a reconquistar Goa, él encontró un barco en el cual iban dos judíos castellanos muy ricos. Su destino era Cananor, y allí Albuquerque fue informado por ellos. En respuesta a sus preguntas, ellos le dieron una detallada información acerca del reino del Preste Juan (el cual, dijeron ellos, tenía a un almirante judío a su servicio), y acerca del Golfo Árabe, el comercio de aquellas regiones, y varios otros asuntos. Albuquerque dio a los dos judíos españoles muchas señales de su estima, y los indujo a abandonar el judaísmo, al menos durante un corto tiempo. Uno de ellos se llamó a sí mismo Francisco de Albuquerque, en honor a su patrón, a quien él lealmente sirvió como intérprete [11]. El otro, cuyo verdadero nombre era Cufo o Hucefe, pero que se llamó Alexander de Atayde, era un hombre muy experimentado y confiable, que conocía muchos idiomas, y de ahí que Albuquerque lo designara como su secretario. Él llegó a ser consejero de Albuquerque, su constante compañero, y su muy íntimo amigo; y en la rendición de la fortaleza de Ormuz él prestó a su patrón importantes servicios. Él disfrutó de la completa confianza del almirante, y cuando este último, difamado por sus enemigos y desacreditado por su soberano, murió en Goa abrumado de dolor, Hucefe a petición del rey Manuel hizo un viaje a Lisboa. Él logró dar al rey una mejor opinión del gran héroe y estadista que había sido difamado en la corte Real.

[11] Albuquerque empleó como intérpretes a otros judíos que habían sido expulsados de la península ibérica; por ejemplo, a un cierto Samuel de El Cairo. Barros, Asia, dec. 2, lib. 7, cap. 8.



     En Lisboa, Hucefe estaba en peligro de ser despojado de su propiedad, que él siempre llevaba consigo en la forma de oro y piedras preciosas; pero él encontró refugio en la casa de García de Noronha, el sobrino de Albuquerque, con quien él se había relacionado en India. García lo recibió hospitalariamente y manifestó su estima por él en presencia de la nobleza de Lisboa. Él pronto dejó Lisboa y comenzó de su viaje de regreso a la India. Él se dirigió a El Cairo, donde otra vez profesó abiertamente el judaísmo.


CAPÍTULO VIII



Caída de Colón — Favores Reales Concedidos a Luis de Santángel — Muerte de Santángel y de Gabriel Sánchez; Sus Descendientes — Primeros Establecimientos de Marranos en La Española y en las Colonias Portuguesas — La Inquisición y Sus Víctimas en las Colonias.

     La recepción con la que Colón se encontró en su vuelta a España después de su segundo viaje fue muy diferente de la que se le había dado en Barcelona tres años antes. Las constantes quejas acerca de su avaricia, arrogancia y crueldad habían arruinado su reputación. La reina Isabel, que despiadadamente había ordenado que judíos y moros fueran quemados, lo había instruído para que fuera amable e indulgente hacia los indios. Pero él trató a los nativos cruelmente; él los acosó con fuego y espada. Por su dominante conducta él también despertó la enemistad de Juan Rodríguez de Fonseca, mencionado en el capítulo precedente, quien después llegó a ser el obispo de Plasencia. En una explosión de rabia él pateó y atacó violentamente al marrano Ximeno de Briviesca, el contable de Rodríguez de Fonseca.

     Desde ahí Rodríguez se convirtió en el mayor enemigo del explorador. Por su conducta arrogante y despiadada él también se ganó la enemistad del médico del barco, el marrano Maestre Bernal. La conspiración de Porras en Jamaica instigada por Bernal y por un cierto Camacho afectó seriamente el destino del almirante. Hasta su muerte, que ocurrió el 20 de Mayo de 1506 en Valladolid, el descubridor del Nuevo Mundo tuvo que soportar una considerable mala fortuna. Mientras estuvo en esa angustiosa situación, él frecuentemente pidió a su antiguo benefactor Gabriel Sánchez que intercediera con Fernando e Isabel en su nombre; él también con frecuencia pidió ayuda a Luis de Santángel, quien había sido su ferviente partidario en el pasado.

     Debido al altruísmo de Santángel, el rey Fernando siempre permaneció como su amigo leal, y le dio muchas distinguidas muestras de gratitud, por sus grandes servicios a la corona y al Estado. Fue por respeto a Santángel que fue concedida la igualdad de derechos a aragoneses y castellanos en el Nuevo Mundo. De su matrimonio con Juana, que pertenecía a la distinguida y extensamente ramificada familia marrana De la Caballeria, Santángel tuvo varios hijos varones y una hija, Luisa. En la primavera de 1493 Luisa se casó con Ángel de Villanueva, que fue designado después gobernador del condado de Cerdeña [1]. El rey le dio un presente de bodas de treinta mil sueldos, "en reconocimiento a los muchos servicios que su padre, el bien amado consejero y escribano de ración de su casa, le había prestado y que todavía lo hacía". La envidia debida a esa señal de distinción molestó al tesorero Gabriel Sánchez. Él insinuó al rey que sus servicios a la corona y al Estado eran tan grandes como los de Santángel. De ahí que su hijo Pedro, en su matrimonio con María del Ijar, también recibió treinta mil sueldos como regalo de bodas.

[1] Él era un sobrino de Moisés Pazagón de Calatayud.

     La señal más alta de distinción concedida a Luis de Santángel, "en recompensa por los muchos grandes y notables servicios que él había prestado al rey con celo incansable y con gran prontitud y solicitud", fue un privilegio otorgado por Fernando el 30 de Mayo de 1497. Dicho privilegio lo eximía a él así como a sus hijos Fernando, Gerónimo y Alfonso, y a su hija Luisa, junto con los hijos y herederos de aquéllos, de toda acusación de apostasía. En ese documento la corona también les concedió la posesión absoluta de toda propiedad personal y de bienes raíces que le perteneciera a ellos, a sus hijos, o a sus herederos durante su vida o después de su muerte, y que podrían ser confiscados por la Iglesia o el Estado con motivo de cualquier acusación de apostasía. Finalmente, los sirvientes de la Inquisición en Valencia y en otras partes fueron amonestados, so pena de pagar una gran multa, para no molestarlos a ellos, ni a sus hijos ni a sus descendientes.

     Luis de Santángel y Gabriel Sánchez murieron un año antes que Colón. Después del fallecimiento de Sánchez, que ocurrió el 15 de Septiembre de 1505, el cargo de tesorero pasó a su hijo Luis, que lo tuvo hasta su muerte el 4 de Diciembre de 1530. El 30 de Enero de 1506 el rey Fernando designó como sucesores de Luis de Santángel a su hijo Fernando y a su pariente Jaime de Santángel; cada uno debía tener un salario de 8.000 sueldos y los gajes y emolumentos acostumbrados. Las designaciones fueron confirmadas el 24 de Julio de 1512. Poco después de la muerte del rey, sin embargo, Fernando fue privado de su cargo, y Pedro Celdrán fue designado escribano de ración. Por esa razón Fernando de Santángel se sintió obligado a defender sus derechos ante la Justitia, la Corte Suprema de Aragón.

     En ese entonces el jurista Luis de Santángel, quien había sido designado diputado del Zalmedina para el año 1492, con todos los honores y derechos anexos a aquella posición, era el representante de la Justitia de Aragón, y Salvador de Santángel, de Zaragoza, era el concejal. En 1517 el tribunal aragonés decidió a favor de Fernando. Con Miguel Luis de Santángel, quien en 1586 era un distinguido profesor de leyes y un concejal de Zaragoza, los Santángel desaparecen de la historia de España. Aquel país siempre apreciará y honrará la memoria de Luis de Santángel, el orgullo de aquella familia y el prominente promotor del descubrimiento de América.

     Desde el comienzo, Colón dio a las tierras recién descubiertas un color decididamente religioso o eclesiástico. Ellas habían sido descubiertas para la gloria del cristianismo y para la propagación del catolicismo, y de ahí que él deseaba que ellas debieran ser habitadas exclusivamente por católicos. A moros y judíos no debía permitírseles establecerse allí; incluso los marranos, incluyendo a aquellos que habían sido perseguidos y castigados por la Inquisición, les estaba prohibido emigrar al Nuevo Mundo. Sin embargo, la primera persona que obtuvo el permiso del rey para llevar a cabo comercio con las tierras recién descubiertas fue Juan Sánchez de Zaragoza, un judío secreto, la lealtad de cuyo padre a su fe ancestral le había costado su vida. Él vivía en Sevilla, y era un sobrino del tesorero Gabriel Sánchez; de ahí también que fuera con frecuencia llamado "Juan Sánchez de la Tesoreria". En el año 1502 él recibió permiso de Isabel para llevar cinco carabelas cargadas con trigo, cebada, caballos y otros artículos a La Española sin pagar impuestos. Dos años más tarde, el 17 de Noviembre de 1504, cuando la reina estaba muy enferma en Medina del Campo [moriría el día 26], Fernando permitió que él exportara mercaderías y artículos a La Española, y que los vendiera o cambiara por los productos de aquella tierra. Ese favor fue concedido a cambio de ciertos "buenos servicios" que él había prestado a la corona, y en el entendido de que tales servicios debían continuar en el futuro.

     A pesar de las rigurosas leyes que prohibían la emigración, grandes cantidades de españoles y portugueses fugitivos de las infernales llamas de los Autos de Fe —nobles, hombres de conocimiento, médicos y comerciantes prósperos— pronto se instalaron en La Española y en las otras islas de las Indias. Ellos cultivaron la tierra, practicaron el comercio, promovieron la industria [2], y llenaron los cargos públicos. De ahí que ya en 1511 la reina Juana I de España se viese obligada a adoptar medidas contra los judíos secretos, "los hijos y nietos de los quemados", que tenían cargos públicos. Cada judío secreto que, sin el permiso de la corona, estuviera en posesión de tal cargo, debía perderlo, y debía ser, además, castigado con la confiscación de su propiedad [véase anexo al final]. Ese decreto también introdujo la Inquisición española en las tierras recientemente descubiertas, y se le dio una amplia área de competencia a su impía actividad. Una de las primeras víctimas del Santo Oficio en La Española fue Diego Caballero de Barrameda, cuya madre y también su padre (Juan Caballero), según la declaración de dos testigos, habían sido perseguidos y condenados por la Inquisición en España.

[2] Los judíos expulsados de Portugal primero introdujeron en América el cultivo del azúcar desde la isla de Madera. Antonio de Capmany y de Montpalau, Memorias Históricas sobre la Marina, Comercio y Artes de Barcelona, Madrid, 1779, II, 43.

     Muchos judíos secretos de España y Portugal también pronto se instalaron en las Indias portuguesas, especialmente en Brasil. Ellos se dispersaron a lo largo de toda la costa de las colonias portuguesas, y llevaron a cabo un extenso comercio de piedras preciosas con Venecia, Turquía y otros países. Tan pronto como ellos se sintieron seguros, se sacaron la máscara de disimulación y profesaron abiertamente el judaísmo. De ahí que no sea extraño que, tal como en la madre patria —en Lisboa, Évora y Coimbra—, también en Goa, la metrópolis del dominio portugués en la India, fuera establecida la Inquisición, con jurisdicción sobre las posesiones portuguesas en Asia y África hasta el Cabo de Buena Esperanza.

     Para impedir la emigración de marranos a las Indias, el rey, o mejor dicho el regente, el cardenal Enrique [rey Enrique I], publicó un edicto el 30 de Junio de 1567, que les prohibía severamente salir de Portugal sin el permiso especial de la corona; cualquier marrano, sin embargo, podía abandonar el reino a condición de que él dejara una garantía de por al menos quinientos cruzados, que debían pasar al Estado si él no volvía dentro de un año. Como esa ley no impidió a los judíos secretos emigrar a las Indias para evitar las opresiones del Santo Oficio, un edicto similar pero más riguroso del 15 de Marzo de 1568 decretó que las personas que infringían esa ley deberían perder toda su propiedad; una mitad debía ser dada al informante, y la otra mitad a la tesorería estatal.

     Los capitanes de barcos recibieron órdenes estrictas de encarcelar a todos los marranos encontrados en cualquier nave que saliera hacia las Indias, y entregarlos al gobernador general. Dicha prohibición de emigrar no fue rescindida sino hasta que los judíos y marranos en las colonias ofrecieron pagar al Estado la enorme suma de 1.700.000 cruzados, con la nueva ley del 21 de Mayo de 1577. Esa ley les permitió libertad de residencia y de comercio; en el futuro, nadie debía llamarlos judíos, cristianos nuevos o marranos.

     No obstante las grandes sumas de dinero que ellos pagaron por el derecho de residir en las colonias, las persecuciones de la Inquisición continuaron, y de ahí que los judíos en las Indias pronto llegaron a ser una fuente de seria perturbación para el gobierno portugués. Ellos hicieron causa común con los holandeses, que estaban en ese entonces luchando por su libertad, y ellos les dieron ayuda financiera y de otro tipo. En su entusiasta amor por la libertad los judíos incluso equiparon barcos expresamente para los holandeses. Una carta del rey Felipe II a Martín Alfonso de Castro, el virrey de las Indias, declara que dos cristianos nuevos en Colombo [en Ceilán] estaban en activa correspondencia con los holandeses, y que cuatro o cinco judíos en Malaca [en Malasia] estaban dando información definida a aquéllos acerca de los planes militares de los portugueses. Los marranos de las Indias enviaron considerables provisiones a los judíos españoles y portugueses que estaban en Hamburgo y Aleppo [en Siria], los cuales, por su parte, las enviaban a Holanda y Zelanda [en los Países Bajos].

     Tan pronto como el gobierno portugués oyó de esas transacciones, al virrey de las Indias [Orientales] se le ordenó adoptar rigurosas medidas contra los cristianos nuevos que estaban de esa manera aliados con los holandeses. La ley del 15 de Marzo de 1568 fue renovada, y los capitanes de barcos recibieron instrucciones perentorias para confiscar para la tesorería estatal toda la propiedad de los cristianos nuevos que fueran encontrados en sus buques, y enviarlos de vuelta a Portugal. Si ningún barco resultara estar listo para volver a Portugal, esos cristianos nuevos debían ser llevados a Goa, y debían ser allí retenidos en la prisión por la Inquisición hasta que algún barco se dispusiese a salir para la madre patria. La Inquisición debía tratar en una manera similar con los judíos y cristianos nuevos que se habían establecido ya en las colonias; varios de ellos debían ser devueltos anualmente a Portugal, y así las Indias debían ser gradualmente purgadas.

     Después de la muerte del rey-cardenal Enrique I en 1580, Felipe II de España, en su avaricia de nuevas adquisiciones de territorio, también puso a Portugal bajo su control. No simplemente Portugal fue añadido a España, sino que también las Indias del Este fueron unidas a las Indias occidentales; Asia así como América cayeron bajo el dominio de Felipe II. España estaba entonces en el cenit de su poder.

     Felipe II era el hijo de una hija del rey portugués Don Manuel, y era un nieto de aquel hermoso Felipe cuya infidelidad causó la locura de su esposa Juana, una hija de Isabel la Católica. Bajo esa melancólica y tiránica monarca la Inquisición renovó su nefasta actividad en América. Los tribunales del Santo Oficio fueron establecidos en Perú, en Lima, y judíos y marranos fueron entregados a las llamas.

     Entre las primeras víctimas de la Inquisición en Lima estuvo el médico Juan Álvarez de Zafra; él fue quemado públicamente como un adherente del judaísmo, junto con su esposa, sus hijos y su sobrino Alonso Álvarez. Unos años más tarde Manuel López, de Yelves en Portugal, también llamado Luis Coronado, encontró el mismo destino. Él confesó francamente que él era un judío, y no hizo ninguna tentativa de ocultar el hecho de que él y sus correligionarios habían observado la ley mosaica y habían realizado servicios religiosos en su casa. Duarte Núñez de Cea, un mercader de cuarenta y un años de edad, también murió por su religión. Antes de subir a la pira funeraria él admitió que había vivido como un judío, observando los preceptos del judaísmo, y que era su simple deseo morir como un judío, como sus antepasados lo habían hecho. Su ejemplo de lealtad religiosa fue seguido por el docto médico Álvaro Núñez de Braganza, que vivía en La Plata, y por Diego Núñez de Silva y Diego Rodríguez de Silveyra, de Perú. Los recién llegados de Portugal fueron perseguidos con particular rigor. Durante un día, catorce de tales inmigrantes fueron arrestados por orden del rey, y su propiedad fue confiscada [3]. En el caso del rey Felipe y sus sucesores en el trono español —como en el caso de sus antepasados Fernando e Isabel— el fanatismo tenía su raíz en los intereses materiales del Estado.

[3] José Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Lima, Santiago, 1887.

     A pesar de tales persecuciones, miles de judíos secretos huyeron, durante los siglos XVI y XVII, desde la península ibérica a las Indias, y especialmente a América, el Nuevo Mundo, que no era simplemente una tierra rica en minas de oro y de plata sino también la tierra donde la luz de la libertad primero brilló sobre los adherentes del judaísmo.–


ANEXO

LA REINA JUANA Y LOS MARRANOS DE LA ESPAÑOLA (1511)




[Archivo de Indias, lib. I, fol. I20; Colección de Documentos Inéditos.
Seg. seria (Madrid, 1890), V. 307 sq.]

     Doña Juana por las gracias de Dios Reyna de Castilla, [de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarve, de Algeciras, de Gibraltar, de las Islas Canarias], de las Yndias yslas e tierra firme del mar oceano [y Señora de Vizcaya y de Molina].

     Por quanto yo he seydo ynformada que en la ysla Española y las otras yslas yndias e tierra firme del Mar Oceano se an pasado [y] se pasan destas partes muchos yjos e nyetos de quemados a causa de les estar proyvido e bedado por leyes e premáticas destos Reynos que no puedan tener ny usar nyngunos oficios Reales ny públicos por los poder aver y usar allá deziendo no estenderse en esas dichas yslas e tierra firme la dicha premática e provycion e vedamiento, e porque muy merced e voluntad es por lo que a mí toca et atañe que tan bien se estiendan y entiendan allá lo suso dicho et que agora ny de aqui adelante tanto quanto mi merced e voluntad fuere nyngund fijo ny nyeto de quemado no pueda thener ny usar en las dichas yndias e tierra firme nyngund oficio real ny público visto por algunos del dicho my consejo fue acordado que devya mandar dar otra mi carta de la dicha Razon la qual quiero que valga por premática asi como sy fuese fecha e promulgada en cartes por la qual espresamente defiende que agora ny de aqui adelante tanto quanto my merced e voluntad fuere por lo que a mí toca que nyngunos nyn algunos nyetos ny fijos de quemados no puedan thener ny thengan ny usen ny exerciten por sy por ninguna via directa ny yndirecta nyngunos oficios Reales nyn públicos ny concejales ny otros algunos que les sean proyvidos e vedados por leyes e premáticas destos Reynos en esa dicha ysla española ny en las otras yslas e tierra firme del Mar Oceano so pena que los que tovyesen e usen sin tener avilitacion de nos para ello por la primera vez caygan e yncurran en pena de perdimiento de los tales oficios, e por la segunda pierda los dichos oficios que toviere e mas la meytad de sus bienes, e por la tercera pierda los dichos oficios que asi toviere e mas todos sus bienes para la camara e fisco del Rey mi señor e padre e mya, e que podamos fazer merced de los tales oficios e bienes a quien nuestra merced e voluntad fuere, e por esta mi carta mando a los nuestro governador visorrey y capitanes e otras justicias qualesquiera que agora son o fueran delas dichas yndias que esecutan e fagan esecutar las dichas penas en las tales personas e oficios e sus bienes que fueren fijos e nyetos de quemados luego que a su noticia venieren e tovieren ynformacion bastante que los que ansi tovieren los tales oficios Reales Publicos concejiles son fijos o nyetos de quemados como dicho es, e porque lo suso dicho sea notorio e dello nynguno pueda pretender ygnorancia mando questa mi cedula sea pregonada por las plaças e mercados e otros lugares e partes acostumbrados desas dichas yslas yndias por pregonero e ante escrivano público.

     Dada de Burgos a cinco dias del mes de octubre año del nascimiento del nuestro señor de mill e quinientos e honze años.

     Yo el Rey.–

SHALOM A TODOS
ATENTAMENTE RICARDO ANDRES PARRA RUBI
MALKIYEL BEN ABRAHAM

23 de noviembre de 2019

CRISTÓBAL COLÓN LOS JUDÍOS Y EL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA

CRISTÓBAL COLÓN Y LOS JUDÍOS PARTE 2 DE 3




      Continuando con el libro de Meyer Kayserling, Cristóbal Colón y la Participación de los Judíos en los Descubrimientos Españoles y Portugueses (1894), presentamos en esta parte los capítulos 5 y 6, donde el autor se refiere a los acontecimientos previos al viaje de Colón, principalmente al fin de la guerra contra los moros y la expulsión de los judíos de España, y del viaje mismo, a los judíos que participaron y la hipótesis de un origen hebreo de los indios que había en América.


CRISTÓBAL COLÓN Y LA PARTICIPACIÓN DE LOS JUDÍOS EN LOS DESCUBRIMIENTOS ESPAÑOLES Y PORTUGUESES POR MEYER KAYSERLING 1894



CAPÍTULO V



Colón en Santa Fe — La Caída de Granada — La Posición de los Santángel; Su Persecución por la Inquisición — Intercesión de Luis de Santángel a Favor de Colón — Las Joyas de la Reina, y el Préstamo de Santángel para el Equipamiento de la Expedición.

     No sabemos por qué Colón fue llamado a Málaga o durante cuánto tiempo se quedó allí. Él pronto regresó a Córdoba, donde se hizo íntimo con Beatriz Enríquez, una muchacha pobre, a quien han llamado erróneamente la hija de un judío. Él poco después fue ignorado nuevamente por el rey y la reina, quienes gradualmente dejaron de concederle subvenciones. Él vivía en la mayor pobreza con su amante Beatriz, la cual le había dado un hijo. Cansado de prolongadas tardanzas, él reanudó las negociaciones con el rey de Portugal que habían sido discontinuadas varios años antes; pero esas nuevas propuestas tampoco fueron exitosas, y él entonces determinó presentar su proyecto ante el rey de Francia.

     Él primero fue al monasterio de La Rábida cerca de Palos, para ver a su hijo Diego antes de dejar España, o, más probablemente, para informar a su protector, el prior Juan Pérez de Marchena, acerca de sus planes y despedirse. Tiempo antes, Colón había llamado a la puerta de ese monasterio cuando era un pobre peregrino a su llegada a España, y había pedido pan y agua para su pequeño hijo. El prior, que se interesó considerablemente en los proyectos de Colón, hizo todo lo que estaba en su poder para impedir la ahora propuesta salida de España de Colón, y fue secundado en sus esfuerzos por García Fernández, el médico de Palos.

     Pérez de Marchena, que había sido confesor de la reina, y era muy estimado por ella como un buen astrólogo, escribió una carta urgente a Isabel, recomendando al genovés y su empresa en los términos más amistosos. Esa carta fue llevada a la reina, que estaba entonces en Santa Fe, por Sebastián Rodríguez, un marinero de Lepe. La vecina ciudad de Granada ya había sido obligada a capitular. En esa espléndida ciudad mora acababa de estallar una rebelión entre los musulmanes, pero ellos habían sido de algún modo pacificados por la promesa de Fernando de que todos los moros y judíos disfrutarían de libertad religiosa, y que ellos podrían marcharse sin ningún impedimento [1].

[1] El manuscrito original de la capitulación de Granada (en El Escorial, MS 7 del siglo XV) contiene lo siguiente: "Otrosí suplicamos a vuestras Altezas manden dar sus cartas de seguro para los judíos, y licencia para llevar lo suyo, e que sin culpa de alguno por no haber navío alguno quedaren en la costa que haya término para se partir". En el margen están las palabras: "Que se haya".

     Después de deliberar con el rey, Isabel escribió inmediatamente al prior diciéndole que él debía ir cuanto antes al campamento Real, y llevar con él a Colón, quien estaba todavía en el monasterio, esperando una respuesta. Ella también envió dos mil maravedíes a fin de que el navegante pudiera aparecer ante sus majestades decentemente vestido. En compañía del prior Colón entonces partió para Santa Fe, y llegó allí, en medio del tumulto de guerra, en Diciembre de 1491, poco antes de que la media luna desapareciera de la torre occidental de la Alhambra. En Santa Fe él encontró a su patrocinador más influyente, Pedro González de Mendoza, el cardenal primado, o, como él es llamado por Pedro Mártir de Anglería, "el tercer rey de España" (Epistolae, lib. 8, epist. 159), quien presidió una reunión de hombres distinguidos convocados para examinar el proyecto del descubrimiento. Colón abogó confiadamente en favor de su plan, y pronto convenció al primado de que sus aseveraciones eran verdaderas. No fue difícil para éste inducir a la reina a dar su aprobación al plan de exploración.

     Después de un conflicto de siete años, comparable sólo con la guerra de Troya, Granada cayó en poder de España. El viernes 2 de Enero de 1492 el estandarte español flameó en la torre más alta del viejo palacio moro, y los dos soberanos ceremoniosamente entraron en la conquistada capital mora. Durante el mismo día Fernando anunció a todas las ciudades de su reino que, después de muchos grandes conflictos que habían costado mucha sangre noble, le había complacido a Dios permitir que los ejércitos cristianos vencieran a los moros. Desde la conquista de Granada la gratitud papal ha permitido al gobernante de España llevar el título de Su Muy Católica Majestad.

     En todas las ciudades de España la caída del dominio moro y el triunfo de la religión cristiana fueron celebrados con canciones de alegría. Los judíos estaban entristecidos y con sus cabezas gachas, ya que la conquista de los musulmanes también decidió su destino, a pesar de la importante parte que ellos habían desempeñado en asegurar la victoria; desde el palacio de la Alhambra los reyes católicos pronto publicaron el cruel edicto de la expulsión de los judíos. En el pomposo espectáculo de la entrada de los ejércitos cristianos en Granada estaban presentes dos hombres de extraordinaria importancia, dos hombres totalmente disímiles, con cuyos actos la posterior grandeza de España así como su caída, todo su conflictivo destino, estuvieron estrechamente relacionados: un orgulloso sacerdote y un sombrío mendigo.

     El sacerdote era el cardenal Jiménez de Cisneros, el muy docto Gran Inquisidor, que deseaba convertir a todos los moros y judíos en cristianos, y que persiguió a los marranos con rigor sumo. El mendigo era Cristóbal Colón, con quien los dos soberanos ahora comenzaron a negociar en serio. Al alcance del objeto de sus largamente apreciadas esperanzas y deseos, Colón fue impulsado por su ambición y avaricia insaciable a hacer enormes demandas; él deseaba ser designado almirante, virrey y gobernador de por vida sobre todas las tierras que él pudiera descubrir. Fernando no estuvo inclinado a conceder tales demandas o a conceder tales privilegios de gran alcance. De ahí que las negociaciones con Colón fueran suspendidas, y en Enero de 1492 éste dejó Granada con el propósito definido de ir a la corte francesa.

     Entonces, cuando su causa parecía perdida, varias personas se involucraron resueltamente en su favor; ellos eran Juan Cabrero, Luis de Santángel, Gabriel Sánchez y Alfonso de la Caballería, todos hombres de extracción judía. Cuando Luis de Santángel oyó que las negociaciones con Colón habían sido definitivamente rotas, sintió mucha pena y angustia como si él mismo hubiera sufrido con alguna gran desgracia (Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32).

     Hagamos una pausa para indagar quién era Luis de Santángel. En los siglos XV y XVI la familia Santángel o Sancto Angelo era una de las más ricas, más influyentes y más poderosas en Aragón. Cuando, a consecuencia de grandes persecuciones y de los sermones anti-judíos de Vicente Ferrer, muchos judíos en Calatayud, Daroca, Fraga, Barbastro y otras ciudades cambiaron su religión a fin de salvar sus vidas, los Santángel también adoptaron el cristianismo. Al igual que los Villanueva, cuyo antepasado era Moisés Patagón [2], y los Clemente, quienes descendían de Moisés Chamorro, los Santángel también habían venido de Calatayud, la antigua Calat-al-yehud, que en el siglo XIV tenía una de las comunidades judías más ricas en Aragón.

[2] También llamado Pazagón. Los miembros de esa familia también residieron en Portugal. Isaac Pazagón era el presidente de la comunidad judía en Coimbra hacia el año 1360. Véase Kayserling, Geschichte der Juden in Portugal, 24.

     Se dice que el antepasado de los Santángel fue el sabio Azarías Ginillo, cuya esposa no pudo ser inducida a abandonar el judaísmo, ni siquiera en apariencia. Unos años más tarde, sin embargo, ella se casó con Bonafós de la Caballería, y, junto con su marido, ella siguió el ejemplo de Azarías y se hizo cristiana. Azarías Ginillo, o Luis de Santángel, como él se llamó, era un eminente jurista. Él tuvo varios hijos e hijas. Uno de éstos, juntos con su amante, una cierta Marzilla, fue asesinado por el marido de ella. La otra hija se casó con Pedro Gurrea, un judío secreto, y su hijo Gaspar se casó con Ana de la Caballería, una judía secreta. Los hijos de Azarías, Alfonso —quien, como su padre, estudió leyes—, Juan Martín y Pedro Martín, vivieron en Daroca, y se aseguraron la protección y los privilegios del rey Fernando I de Aragón.

     Azarías-Luis de Santángel no sólo era instruído sino también próspero, aunque no rico. En el año 1459 sus nietos, el jurista Luis de Santángel y Leonardo de Santángel, de Calatayud, presentaron una solicitud al rey Juan de Aragón para que permitiera que ellos cavaran en busca de monedas de oro y plata y otros tesoros que habían sido enterrados por sus padres y abuelos. Ellos propusieron cavar bajo las casas que, como huérfanos menores de edad, ellos habían heredado de sus padres pero que habían vendido después al judío Abraham Patagón o a su hermano Raimundo López. La propiedad colindaba con las propiedades de Fernando Lupo y Luis Sánchez en el barrio de Villanueva en Calatayud. Luis de Santángel ofreció dar a la tesorería estatal un quinto de todo lo que él pudiera encontrar. El rey le concedió su petición el 24 de Octubre de 1459 a condición de que ellos emprendieran las excavaciones a su propio costo, y con el consentimiento de Abraham Patagón, el entonces dueño de las casas, y que esas casas fueran restauradas a la condición en la cual fueron encontradas.

     A consecuencia de sus brillantes intelectos, su actividad y su riqueza, los Santángel aseguraron gran influencia y altas posiciones de confianza; ellos eran destacados juristas y profesores de leyes, y ocuparon importantes cargos en las cortes, en las municipalidades, en la administración del Estado y en la Iglesia.

     Azarías-Luis de Santángel, quien tenía la reputación de ser un excelente abogado, alcanzó la posición de Zalmedina, o Zavalmedina, un nombre dado a un juez con jurisdicción en la capital, que era designado por el rey. Para evitar la persecución y demostrar su fe cristiana, él dedicó a su hijo Pedro Martín al ministerio religioso, y éste llegó a ser el obispo de Mallorca así como consejero del rey Juan II. Pedro Martín dejó una herencia para asegurar el matrimonio de muchachas huérfanas pobres de su familia, y de acuerdo a los términos de su testamento dicho fondo debía ser administrado por la ciudad de Barbastro. Otro Martín de Santángel, el sobrino del obispo, llegó a ser provincial de Aragón, y residió en Zaragoza. Otro Luis de Santángel, actuando como embajador del rey Alfonso V de Aragón, negoció con el sultán de Babilonia acerca de un tratado comercial. La influencia de mayor alcance fue conseguida por aquellos miembros de la familia que tenían casas y propiedades en Daroca, Barbastro, Teruel, Alcafliz y en otras ciudades de Aragón y Valencia, sobre todo en Calatayud, Valencia y Zaragoza.

     El abogado Luis de Santángel, el que había buscado los tesoros enterrados por sus padres en Calatayud, tuvo el alto cargo de abogado de tesorería (fisci advocatus). Los nombres de Luis de Santángel y Luis de la Caballería, el tesorero general, aparecen suscritos en una patente de nobleza y concesión de privilegios publicada el 4 de Diciembre de 1461, en Calatayud, por el rey Juan de Aragón, para su "bien amado" soldado Juan Gilbert y sus descendientes. En una reunión de las cortes de Aragón en el año 1473, este Luis de Santángel representó a los caballeros y los nobles, mientras que ese mismo año Antonio de Santángel, de Calatayud, representó a aquella ciudad. Este último intervino de parte de la comunidad judía de Hijar unos días después de la expulsión de los judíos de España.

     A mediados del siglo XV los Santángel de Valencia y Zaragoza eran los Rothschild de su tiempo. A la cabeza de la casa valenciana estaba el comerciante Luis de Santángel el viejo. En el año 1450 Luis ya había ganado el favor de rey Alfonso V de Aragón; él también tuvo una ininterrumpida relación con el rey Juan II. Él era el recaudador de los trabajos de la sal de La Mata cerca de Valencia, para lo cual, según un contrato del 9 de Julio de 1472, él tenía que pagar una renta anual de 21.100 sueldos al marrano Juan de Ribasaltas; él era también el recaudador de los dominios y aduanas Reales. Después de la muerte de Luis el viejo en 1476, su esposa Brianda asumió la dirección de su negocio, y su hijo Luis de Santángel el joven, que era un consejero Real en Valencia, se convirtió en el recaudador de los dominios Reales, mientras que la recaudación de los trabajos de la sal, después del término del contrato de Luis el viejo, pasó a su pariente y socio Jaime de Santángel. Los cofres de Jaime estaban siempre abiertos para el rey Juan II, quien lo designó copero Real, y ellos estaban también abiertos para Fernando, su hijo y sucesor. Jaime prestó a este último grandes sumas de dinero para someter a los rebeldes catalanes, para recuperar el condado de Rosellón del rey de Francia, a quien le había sido prometido, y para conquistar Granada. Siempre que Fernando necesitaba dinero él apelaba a sus amigos los Santángel de Valencia, y nunca en vano.

     Para esa familia que estaba en tal alta reputación en todo Aragón, Cataluña y Valencia, la Inquisición resultó ser fatal. Como ya hemos visto, a la introducción del Santo Oficio se opusieron los marranos más ricos y más distinguidos de Zaragoza. Los Santángel estaban entre aquellos que, en el fondo fieles a su antigua fe, encabezaron la conspiración contra el Inquisidor Pedro de Arbués. Así como el punto donde Arbués recibió su golpe mortal todavía está indicado en la iglesia metropolitana de La Seo, así también uno todavía puede ver en el grande y hermoso mercado-plaza de Zaragoza las majestuosas casas que en los días florecientes de la capital aragonesa pertenecieron a Luis y Juan de Santángel. Los Santángel estuvieron también entre los primeros herejes judíos que subieron a la pira funeraria.

     La primera víctima de la Inquisición en Zaragoza fue Martín de Santángel, quien fue quemado el 28 de Julio de 1486; once meses más tarde, el 18 de Agosto de 1487, mosén Luis de Santángel [*], suegro del tesorero Gabriel Sánchez, encontró el mismo destino. El 10 de Julio de 1489 la madre de Gabriel Gonzalo de Santángel, y seis años más tarde el propio Gabriel, murieron en la hoguera. El abogado Juan de Santángel y su hermano Luis, los cuales ambos recurrieron a una oportuna huída y llegaron a Burdeos a salvo, fueron quemados en efigie, uno el 17 de Marzo de 1487, y el otro el 1º de Junio de 1492; todas sus propiedades, inmuebles y personales, fueron confiscadas por el Estado. Juan fue desterrado para siempre de España, y sus tres hijas, Luisa, Inés y Laura, que habían sido criadas en la riqueza, se vieron reducidas a la pobreza extrema. Incluso Fernando, duro de corazón, fue conmovido por ese espectáculo; como una señal especial de la gracia Real y en reconocimiento a los servicios de su padre, él les concedió, el 19 de Enero de 1488, una pensión anual de 1.500 sueldos de los impuestos de la comunidad judía en Jaca. No sabemos si esa anualidad se acabó con la expulsión de los judíos y el cese de sus impuestos.

[*] Mosén es un tratamiento de origen medieval que se usaba en el reino de Aragón, que estaba resevado a los caballeros y a los ciudadanos honrados, cuyo uso posteriormente se permitió al resto de las personas destacadas de la sociedad, a excepción de médicos y abogados, a los cuales se les daba el tratamiento de misser [NdelT.].

     El Santo Oficio constantemente ponía trampas para coger a los miembros de la familia Santángel y asegurar su propiedad. Jaime Martín fue quemado el 20 de Marzo de 1488; Donosa de Santángel, seis meses más tarde; Simón de Santángel y su esposa Clara Lunel, traicionados por su propio hijo, fueron quemados en Lérida el 30 de Julio de 1490. A fin de tener un pretexto cuasi legal para confiscar su propiedad para uso del Estado, Violante de Santángel, la esposa de Alfonso Gómez de Huesca, y Gabriel de Santángel, de Barbastro, fueron condenados póstumamente, y sus restos fueron exhumados y quemados públicamente. Las propiedades de Gabriel fueron vendidas por el rey a Miguel Vivo, abad de Aljoro, por 18.000 sueldos. Todos los miembros de la familia que salvaron sus vidas fueron al menos escarnecidos como judíos o herejes judíos. Así, el jurista Pedro de Santángel, Juan Tomás y Miguel de Santángel (que era regidor en Zaragoza), la esposa de López-Patagón, y Lucrecia de Santángel, todos tuvieron que desfilar en procesión pública vestidos como penitentes y tuvieron que jurar solemnemente nunca practicar otra vez ritos judíos. La Inquisición llevó a cabo, de hecho, una verdadera guerra de destrucción contra todos los miembros de esa familia; sin considerar edad, sexo o posición, ellos fueron entregados a las llamas u obligados a hacer penitencia pública, y aquello, también, tan tardíamente como en el siglo XVI [3].

[3] Los siguientes fueron quemados: Isabel de Santángel, el 4 de Octubre de 1495; Fernando de Santángel, de Barbastro, el 19 de Octubre de 1496; Juana de Santángel, esposa de Pedro de Santa Fe, el 13 de Septiembre de 1499. Luis de Santángel, de Calatayud, hizo penitencia pública el 10 de Junio de 1493, y otro Luis de Santángel el 19 de Octubre de 1496. Véase El Libro Verde, en Revista de España, vol. XVIII.

     El 17 de Julio de 1491 Luis de Santángel también apareció vestido con un abigarrado sambenito como un adherente del judaísmo. Él está al frente del acontecimiento de aquel tiempo que figura tan destacadamente en los anales del mundo; los historiadores imparciales deben asignarle resueltamente un importante papel en el descubrimiento de América.

     Él era el hijo del rico Luis de Santángel, que era el recaudador de los impuestos y aduanas Reales en Valencia, un cargo que él mismo posteriormente desempeñó; él era sobrino del Luis de Santángel que murió en la hoguera en Zaragoza. El rey Fernando lo designó escribano de ración, canciller de la corte en Aragón. Él también tuvo en Aragón la misma influyente posición de contador mayor, o contralor general, que era ocupada por Alonso de Quintanilla en Castilla. Él era un favorito del rey Fernando, disfrutó de la completa confianza de éste, conocía todos sus secretos, y tramitó toda clase de negocios para él. El rey lo tenía en alta estima por su fidelidad, su sagacidad, su extraordinaria diligencia y talento administrativo, su genuina integridad y su completa lealtad a la corona; siempre que Fernando le escribía, lo llamaba "buen aragonés, excelente y bien amado consejero". Por otra parte, Luis de Santángel debió a su amigo Real no sólo su eminente posición sino también su vida; si no hubiera sido por la intervención directa del rey, él y sus hijos habrían compartido el destino de su tío y el de muchos de sus parientes.



     Luis de Santángel era el Beaconsfield de España [Benjamin Disraeli, conde de Beaconsfield, 1804-1881]. Al igual que aquel estadista inglés —quien era de ascendencia judía y cuyos antepasados también fueron perseguidos por la Inquisición y expulsados de España— Luis se caracterizaba a la vez por su particularismo y universalismo, su entusiasmo y su sagacidad, su patriotismo subjetivo y su lealtad objetiva a otras nacionalidades. Él era un buen aragonés, y sin embargo trabajó por la unidad de España; él estuvo ardientemente dedicado a su país, y consideró cuidadosamente las ventajas que se derivarían de descubrimientos marítimos. Como cabeza de una gran casa mercantil en Valencia y como el recaudador de las aduanas Reales, tuvo relaciones con comerciantes genoveses mucho antes de que Colón llegara a España. Ya en 1479 él fue encargado por Fernando para resolver una disputa por la cual algunos marineros genoveses en Valencia estaban preocupados, que tenía que ver con ciertos derechos aduaneros. Al mismo tiempo también se le ordenó pagar por las telas importadas de Lombardia para el uso de la casa Real. Probablemente Colón fue presentado al comerciante de Valencia por algunos de sus conciudadanos, y puede haberse hecho tempranamente conocido por Santángel.

     Luis de Santángel se convirtió en el líder de los aragoneses que a último momento intervinieron con éxito en apoyo de Colón. Él fue asistido activamente por Juan Cabrero, el camarero Real, por el hijo de Martín Cabrero y por Isabel de Paternoy, que eran ambos de linaje judío y cuyos parientes fueron víctimas de la Inquisición. Juan era el amigo confidencial y el compañero constante de Fernando el Católico; él luchó al lado del rey en las guerras moras, y fue su fiel consejero en todos los asuntos de Estado; disfrutó de la confianza de Fernando hasta tal punto que él fue hecho el ejecutor de la voluntad del rey.

     Tan pronto como Santángel oyó hablar de la partida de Colón y del término de sus negociaciones, fue donde la reina —si no a petición de Fernando, al menos con su consentimiento—, y seriamente expresó su sorpresa de que una patrocinadora tan magnánima de grandes empresas no tuviera el coraje para entrar en una tarea de la cual ella podría esperar razonablemente una enorme riqueza, un gran aumento de territorio, y la gloria inmortal tanto para la corona como para la Iglesia. Él le representó que la cantidad de dinero requerida por la empresa era comparativamente pequeña, y que la remuneración que el explorador exigía por descubrimientos tales como los que él podría hacer, no debería ocasionar mucha vacilación. El propio Colón —siguió diciendo Santángel— aceptó asumir una parte del gasto, y aventuró su honor, e incluso su vida. Con toda probabilidad el genovés era un hombre sabio y sagaz, bien calificado para conseguir el éxito. Muchos eruditos eminentes a quienes la reina había presentado tal proyecto para su examen lo habían aprobado, y los opositores de Colón no podían ofrecer ningún argumento válido contra las opiniones de él.

     Si, como predijo Colón, alguna otra potencia europea tuviera la buena fortuna de actuar como su patrocinador y cosechar los frutos de esos descubrimientos, el reino de España, sus gobernantes, y la nación entera sufrirían mucha vergüenza y perjuicio. Si la reina no aprovechaba esa oportunidad, ella se lo reprocharía toda su vida, sus enemigos se mofarían de ella, y sus descendientes la culparían; ella perjudicaría su honor y el renombre de su nombre Real; ella perjudicaría sus Estados y el bienestar de sus súbditos (Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32).

     Esos argumentos de Santángel produjeron una profunda impresión sobre la reina. Ella le agradeció por su consejo, y le prometió su consentimiento para dicho cometido; pero ella deseaba esperar un tiempo hasta que el reino recuperara su fuerza, ya que sus recursos financieros se habían agotado por la reciente y largamente continuada guerra. Se dice que ella incluso prometió empeñar sus joyas para asegurar el dinero para el equipamiento de la armada, si Colón no pudiera tolerar más la tardanza de la ejecución de su empresa [4].

[4] "Mas prestándole Luis de Santángel diez y seis mil ducados sobre sus joyas". Pizarro y Orellano, Varones Ilustres del Nuevo Mundo, Madrid, 1639, p. 10. Esa aseveración es aceptada por Prescott en su History of Fernando and Isabel, y por Washington Irving en su excelente Life of Columbus.

     Santángel, continúa la historia, quedó muy contento por la resolución de la reina, y declaró que no era necesario que ella empeñara sus joyas; él estaría complacido, dijo, de adelantar el dinero necesario para la expedición, y se alegraría de la oportunidad de realizar un servicio tan pequeño para ella y para su señor el rey [5]. Esta historia, inventada para glorificar a la reina Isabel, ha sido relegada recientemente al reino de la fábula [6].

[5] Las Casas, Historia de las Indias, cap. 32; Muñoz, Historia del Nuevo Mundo, volumen. II, cap. 31.
[6] Véase el excelente ensayo del erudito académico Cesáreo Fernández Duro, Las Joyas de Isabel la Católica, en su Tradiciones Infundadas, Madrid, 1888.

     La venta de coronas y joyas por parte de los gobernantes españoles no era, sin embargo, un acontecimiento raro. Doña Sancha, la esposa de Fernando I el Grande de Castilla, vendió sus joyas a fin de pagar a los soldados por sus servicios en la guerra contra los moros. Cuando Alfonso X el Sabio de Castilla deseó acabar con la rebelión del Infante Don Sancho, él pidió prestada una gran suma de dinero al moro Jacob abd-el-Azer, y le dio las joyas de la corona como garantía. A fin de llevar a cabo el sitio de Algeciras en 1344, Alfonso XI se vio obligado a empeñar su corona; y en la expedición contra Nápoles, Alfonso V de Aragón empeñó su corona y su mesa de plata por doscientos ochenta y siete ducados.

     En ese entonces ni Aragón ni Castilla, ni Fernando ni Isabel, tenían a su disposición el suficiente dinero para equipar una flota. Santángel, que estaba siempre listo para prestar un servicio a la corona, adelantó diecisiete mil florines, casi cinco millones de maravedíes [7]. Las joyas de la reina no fueron exigidas como garantía; de hecho, todas ellas no estaban en su posesión entonces, ya que ella había prometido su collar durante la última guerra.

[7] "Y porque auía necesidad de dineros para su expedición, á causa de la guerra, los prestó para fazer la primera armada de las Indias y su descubrimiento el escribano de ración Luys de Sant Angel"; Gonzalo Fernández de Oviedo, Crónica de las Indias, 1547, p. 5. "Hallándose los Reyes en necesidad de dineros para esta empresa, prestó les diez y seys mil ducados Luys de Sant Angel, su escribano de raciones"; Garibay, Compendio Historial de las Chronicas de Todos los Reynos d'España, Antwerp, 1571, lib. 19, cap. I, p. 1371. "Y porque los Reyes no tenían dineros para despachar a Colón, les prestó Luys de Sant Angel, su escribano de ración, seis cuentos de maravedís, que son en cuenta más gruesa 16.000 ducados"; López de Gómara, Historia de las Indias, cap. 15, p. 167. "Y para el gasto de la Armada prestó Luis de Santángel escribano de raciones de Aragón diez y siete mil florines"; Bart. Leonardo de Argensola, Anales, lib. I, cap. 10.

     Debido a los celos que todavía existen hasta hoy entre Castilla y Aragón, escritores aragoneses han discutido recientemente la cuestión de si Luis de Santángel prestó ese dinero de su propio bolsillo o si él lo aseguró indirectamente de la tesorería estatal por medio de Gabriel Sánchez, el tesorero general de Aragón. Aparte del hecho de que la tesorería de Aragón, así como la de Castilla, estaba vacía a consecuencia de la prolongada guerra con los moros [8], los extraordinarios servicios de Santángel en esa materia son claramente demostrados por la alabanza excesiva que Fernando otorgó a su "bien amado" Luis de Santángel, y por las muchas pruebas de gratitud que el rey le dio. De éstas tendremos más para decir luego.

[8] Felipe de la Caballería, de Zaragoza, había prestado 9.022 sueldos al padre de Fernando, el rey Juan de Aragón, que murió en Enero de 1479. No fue sino hasta 1493 que a Gabriel Sánchez el rey le ordenó pagar esa deuda. Documento fechado en Barcelona el 30 de Agosto de 1493. Archivo de la Corona de Aragón, Reg. 3616, fol. 182.

     Que él adelantó ese dinero de su propio bolsillo se prueba sin duda por los libros contables originales, que estaban antes en los archivos de Simancas y que todavía se conservan en Archivo de Indias en Sevilla. En el libro de cuentas de Luis de Santángel y del tesorero Francisco Pinelo, que se extiende desde 1491 a 1493, Santángel está acreditado con una suma de 1.140.000 maravedíes que él dio al obispo de Ávila para la expedición de Colón (dicho obispo después se convertiría en el arzobispo de Granada). En otro libro de cuentas, el de García Martínez y Pedro de Montemayor, está el siguiente ítem: Alonso de las Cabezas, tesorero de guerra en el obispado de Badajoz, por orden del arzobispo de Granada, datada el 5 de Mayo de 1492, pagó a Alonso de Angulo para Luis de Santángel, escribano de ración del rey, cuya autorización fue presentada con la orden ya mencionada, 2.640.000 maravedíes, a saber, 1.500.000 en pago para Isaac Abravanel por el dinero que él había prestado a sus majestades en la guerra contra los moros, y los restantes 1.140.000 maravedíes en pago para el escribano de ración ya mencionado por el dinero que él adelantó para equipar las carabelas ordenadas por sus majestades para la expedición a las Indias y para pagar a Cristóbal Colón, el almirante de aquella flota. El 20 de Mayo de 1493, día en el cual Fernando estuvo particularmente ocupado con Colón y su expedición, el rey ordenó que su tesorero general Gabriel Sánchez pagara 30.000 florines en oro a "su amado consejero y escribano de ración Luis de Santángel". Esa suma ciertamente incluyó el resto del préstamo.

     Escritores españoles recientes sostienen que Santángel recibió 17.000 maravedis como intereses, pero esa aseveración es totalmente insostenible. Luis de Santángel y también su pariente Gabriel Sánchez [9] fueron los patrocinadores más entusiastas de Colón. Ambos actuaron desinteresadamente y únicamente para el bienestar de su país. Mediante sus enérgicos esfuerzos ellos tuvieron éxito en hacer que Colón fuera llamado de nuevo al palacio Real. Al final, el largamente acariciado plan de Colón de un viaje de descubrimiento se convirtió en un hecho realizado.

[9] Los parientes de Gabriel, como todos los que llevaban el apellido Santángel, fueron perseguidos por la Inquisición. Su padre, Pedro Sánchez, fue quemado en efigie en Zaragoza en 1493, "por hereje apóstata judaizante", y sus hermanos y hermanas murieron en la hoguera como herejes judíos.




CAPÍTULO VI

Expulsión de los Judíos de España — Acuerdo de Santa Fe — Éxodo de los Judíos — Preparativos y Salida de Colón — Participación de los Judíos en la Expedición — Guanahani — Luis de Torres — Indios e israelitas.


     "Asi que después de haber echado fuera todos los judíos de todos vuestros reinos y señoríos, en el mismo mes de Enero mandaron vuestras Altezas a mí que con armada suficiente me fuese a las dichas partidas de India". Éstas son las palabras con las cuales Colón comienza su diario. Sin una palabra de desaprobación, él así menciona el trágico acontecimiento que afectó al bienestar de cientos de miles, y que debe haber producido una profunda impresión en el naturalmente vivaz explorador. Sus apáticas palabras son indicativas de su fanatismo. Ese rasgo, sin embargo, él no lo importó desde Italia, que en ese tiempo era un país preeminentemente republicano y comercial. Un espíritu muy diferente fue mostrado por su compatriota Agostino Giustiniani, el sabio obispo de Nebbio, que habla de los judíos expulsados de España con una sentida simpatía [1]. Él fue el primero en escribir un breve esbozo biográfico del explorador; ese esbozo, que alaba a Colón, es dado de manera incidental en el salterio políglota del obispo, en los comentarios al salmo XIX. El entusiasmo religioso de Colón pronto degeneró en fanatismo a consecuencia de su contacto con eclesiásticos —sus más fieles y útiles amigos— y a consecuencia de su íntima relación con hombres como el bachiller Andres Bernáldez [2], y Pedro Mártir de Anglería, quien se jacta de la especial amistad que tuvo con Colón. Ese fanatismo también fue alimentado por la sórdida avaricia y el deseo de promover sus propios intereses materiales. A fin de parecer particularmente piadoso, él incluso llevaba puesta la capucha marrón oscuro de los franciscanos.

[1] Annali della Repubblica di Genova Illustrati con Note dal Cav. G. B. Spotorno, II, 566.
[2] Bernáldez, el fanático autor de la Historia de los Reyes Católicos, era el párroco de la pequeña ciudad de Los Palacios. Colón fue su alojado durante un tiempo.

     La expulsión de los judíos de España está estrechamente relacionada con la expedición de Colón y con el descubrimiento de América, no simplemente de manera externa en el punto del tiempo sino también intrínsecamente. No en Enero, como Colón afirma en su diario, sino el 31 de Marzo de 1492, los monarcas católicos publicaron desde el palacio de la Alhambra el edicto de que todos los judíos y judías de cada edad, so pena de muerte, deberían abandonar todos los reinos y las tierras de España dentro de cuatro meses. El edicto, que fue firmado por Fernando e Isabel, es de un carácter totalmente religioso, especialmente en cuanto a la razón principal dada para dicha ley. La razón dada es que, a pesar de los esfuerzos incesantes y más enérgicos de la Inquisición, los marranos eran engañados por aquellos que se adherían al judaísmo para que volvieran a su antigua fe, y que eso ponía enormemente en peligro la religión católica. A los judíos les permitieron generosamente llevar sus propiedades con ellos "por tierra y agua", excepto oro, plata, moneda acuñada y mercancía sujeta a las leyes que prohíben la exportación; ellos podían llevar así con ellos sólo artículos como los que podían ser libremente exportados [3].

[3] Las siguientes palabras están al final del edicto: "E assi mismo damos liçencia é facultad a los dichos judíos é judías que puedan sacar fuera de todos los dichos nuestros reynos é señoríos sus bienes é faciendas por mar é por tierra, en tanto que no seya oro, nin plata, nin moneda amonedada, nin las otras cosas vedadas por las leyes de nuestros reynos, salvo mercaderías que no seyan cosas vedadas ó encobiertas".

     El rey y la reina actuaron de pleno acuerdo, pero Fernando desempeñó el papel principal en la expulsión de los judíos. De ahí que el edicto no fuera firmado por el secretario de Estado castellano Gaspar Gricio sino por el secretario de Estado de Aragón Juan de Coloma, un antiguo confidente del rey. Historiadores españoles recientes admiten sin dificultad que Fernando fue llevado a adoptar esa medida más por motivos económicos y políticos, más por el deseo de promover sus propios intereses materiales, que por el celo religioso con que actuaba Isabel [4].

[4] "La expulsión de los judíos obedeció menos a causas religiosas que a económicas y políticas", dice Abdón de Paz en la Revista de España, vol. 109, p. 377. Véase también de Adolfo de Castro, Historia de los Judíos en España, 136, y Bofarull y Broca, Historia Crítica de Cataluña, Barcelona, 1877, pp. 377 sq.

     El rey necesitaba mucho dinero para llevar a cabo su plan para poner el nuevo territorio bajo su dominio. Él lo tomó de los judíos, que eran ricos, sobre todo en Castilla; algunos de ellos tenían tanto como uno o dos millones de maravedíes, o más. La Inquisición, a la que él había traído a la existencia, y la expulsión de los judíos, que él había decretado, tenían uno y el mismo objetivo: la primera pretendía asegurar la propiedad de los judíos secretos para la tesorería estatal, y la segunda, so capa de religión, pretendía confiscar la propiedad de aquellos que abiertamente profesaban ser judíos.

     Los judíos conocían al avaro Fernando y sus planes secretos. Como en el caso de los marranos cuando la Inquisición fue introducida, así ahora aquellos sobre cuyas cabezas colgaba la espada de Damocles de la expulsión hicieron un intento de comprar el consentimiento del rey para el retiro del edicto. Isaac Abravanel —cuyos servicios llenos de abnegación en favor del Estado fueron reconocidos y a quien el rey y la reina todavía debían una gran suma de dinero, tomado prestado durante la guerra con los moros— ofreció a Fernando 30.000 ducados si él apartaba el mal que amenazaba a los judíos. Si Luis de Santángel —en ese entonces en amistosa relación con Abravanel— o Juan Cabrero u otros marranos intercedieron con el rey, es muy dudoso. Ellos estaban, por una parte, más o menos preocupados por la materia, y temían perder sus vidas si ellos interferían; por otra parte, ellos conocían demasiado bien la obstinación y la avaricia del rey. De hecho, nada podría inducirlo a ser lo bastante misericordioso como para revocar el edicto.



     El 30 de Abril de 1492 sonaron al unísono las trompetas y los alcaldes anunciaron públicamente al mismo tiempo en Santa Fe y en todas partes a través del reino que hacia el final de Julio todos los judíos y las judías con sus posesiones deberían dejar España, bajo pena de muerte y confiscación de sus propiedades por el Estado. Después de aquella fecha ningún español debía alojar a un judío en su casa o prestarle ninguna ayuda.

     El 30 de Abril, el mismo día en que fue anunciada en todas partes y públicamente la expulsión de los judíos, a Colón se le ordenó que equipara una flota para su viaje a las Indias, y al mismo tiempo él recibió el contrato que el 17 de Abril había sido concordado en Santa Fe entre él y Juan de Coloma, este último actuando de parte de los soberanos españoles [5].

[5] Ese acuerdo fue impreso por Las Casas, Historia de las Indias, cap. 33.

     Fernando, que se había opuesto enérgicamente durante mucho tiempo a la expedición, se vio obligado a ceder gracias a la persistencia de Colón, y obligado a aceptar las excesivas demandas del explorador, que dos veces habían hecho que las negociaciones fueran discontinuadas. Él le concedió el título de almirante, con todos sus privilegios, y lo hizo virrey y gobernador general de todas las tierras que él pudiera descubrir o adquirir. Colón no estaba contento sólo con dignidades y honores para él y sus descendientes sino que deseaba también sacar una considerable ganancia material de sus viajes. El objetivo principal de sus exploraciones era, de hecho, encontrar oro, y en una carta a la reina él declaró francamente que ese oro podría ser incluso el medio para purificar las almas de los hombres y asegurar su entrada en el Paraíso. Así, él estipuló que él debía tener un décimo de todas las perlas, piedras preciosas, oro, plata, especias y otros artículos; en resumen, un décimo de todo lo encontrado, comprado, intercambiado o de otro modo obtenido en las tierras recién descubiertas; él también debía tener un octavo adicional de las ganancias de la actual empresa y de todas las empresas similares emprendidas en el futuro, a condición de que él debiera contribuír con la octava parte del gasto.



     Colón entonces hizo preparativos para su viaje. Él fue desde Granada directamente al pequeño puerto de Palos, donde había sido ordenado por Fernando y su consorte que algunos delincuentes equiparan dos carabelas dentro de diez días. Allí él pronto reclutó en nombre de su empresa los servicios de los ricos hermanos Pinzón, que disfrutaban de una reputación muy alta entre los navegantes. En Palos él también obtuvo a sus marineros y compañeros de viaje.

     Los judíos, bajo el decreto de expulsión, hicieron preparativos para dejar la hermosa tierra que durante siglos había sido el querido hogar de sus antepasados, y a la que ellos estaban apasionadamente apegados. Ellos arreglaron sus asuntos públicos y privados, intentaron vender sus propiedades personales y asegurar que se les pagasen las deudas pendientes que tenían con ellos; pero sólo en muy pocos casos ellos tuvieron éxito en deshacerse de sus propiedades o en la obtención del dinero de sus deudores. A medida que se aproximaba el día de su partida, sus penas aumentaron. Ellos pasaron noches enteras en las tumbas de sus antepasados, y estaban particularmente preocupados de que los cementerios, que tenían las más queridas de todas sus posesiones abandonadas, fueran protegidos de la profanación.

     El 2 de Agosto de 1492, que coincidió con el día de luto por la doble destrucción de Jerusalén, 300.000 judíos (según algunos escritores, el número fue mucho más grande) [6] abandonaron España para instalarse en África, Turquía, Portugal, Italia y Francia. Durante aquel siempre memorable día ellos se embarcaron desde los puertos de Cartagena, Valencia, Cádiz, Laredo, Barcelona y Tarragona.

[6] Un rabino, cuya sagacidad es alabada, "que llamaban Zentolla y al cual yo puse el nombre de Tristán Bogado", informó a Bemaldez que había más de 1.160.000 judíos en España en el momento de su expulsión. Andres Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos, I, 338.

     El 2 de Agosto los judíos españoles comenzaron su vagabundeo, y al día siguiente, el viernes 3 de Agosto, Colón con su flota de tres naves, la Santa María, la Pinta y la Niña, navegó para buscar una ruta por el océano hacia India, y descubrir un nuevo mundo. Él fue acompañado en su primer viaje por no más de ciento veinte hombres (según algunos escritores, por sólo noventa), casi todos castellanos y aragoneses; muchos de ellos eran de Palos, y algunos de Guadalajara, Ávila, Segovia, Cáceres, Castrojeriz, Ledesma, Villar y Talavera, todas ciudades en las cuales antes de la expulsión existían comunidades judías grandes o pequeñas.

     ¿Hubo en esa armada alguna persona de extracción judía que bajo la guía de Colón dirigió su curso hacia un nuevo mundo? No fue fácil para él encontrar hombres dispuestos a acompañarlo en su viaje aventurero; incluso personas culpables de delitos fueron liberadas de la prisión a condición de que ellos se enrolaran entre los reclutas. ¿Qué debía impedir que judíos, bajo el decreto de expulsión, perseguidos y sin hogar, participaran en el viaje? Entre los compañeros del explorador cuyos nombres han llegado hasta nosotros —la lista completa se ha perdido— había varios hombres de ascendencia judía; por ejemplo, Luis de Torres, un judío que había ocupado una posición bajo el gobernador de Murcia y que fue bautizado poco antes de que Colón navegara. Como Torres entendía hebreo, caldeo y algo de árabe, Colón lo empleó como intérprete [*]. Alonso de la Calle era también de linaje judío; su apellido se refería a  la calle y sector de los judíos, de donde él provenía; él murió en la isla Española el 23 de Mayo de 1503. Rodrigo Sánchez de Segovia era un pariente del tesorero Gabriel Sánchez, y participó en el primer viaje por una particular petición de la reina Isabel. El médico del barco, el maestre Bernal, y el cirujano Marco, eran también de sangre judía. Bernal había vivido antes en Tortosa, y como un adherente del judaísmo, "por la Ley de Moysen", había sido sometido a la penitencia pública en Valencia en Octubre de 1490, al mismo tiempo cuando Salomón Adret y su esposa Isabel fueron quemados.

[*] El descubrimiento de Keyserling de la evidencia de que Luis de Torres era un marrano es recordado en la sinagoga de las Bahamas que lleva el nombre Luis de Torres (Wikipedia).

     Cuando la flota, cuya tripulación era un conjunto muy variado de hombres —españoles, moros y judíos, así como un irlandés y un genovés—, había recorrido más de dos mil millas, los marineros comenzaron a murmurar en voz alta por la intolerable duración del viaje. Colón los calmó tan bien como pudo. El 11 de Octubre, después del acostumbrado himno de la tarde, él exhortó a su tripulación para que mantuvieran una aguda vigilancia en busca de tierra. Además de la propina de diez mil maravedíes ofrecidos por el rey, él prometió un jubón de seda para el que primero avistara tierra. Por fin, temprano la mañana del viernes 12 de Octubre el grito "¡Tierra, Tierra!" surgió de la Pinta.

     En su diario, Colón admite que la tierra fue primero vista por uno de sus marineros; pero el avaro explorador no pudo resistir la tentación de reclamar la propina Real de diez mil maravedíes, y el pobre marinero perdió eso así como el jubón prometido. ¿Quién fue el afortunado marinero cuyas esperanzas fueron de esa manera rotas? Gonzalo Fernández de Oviedo, que vio a los judíos marcharse de España y oyó sus tristes lamentaciones, fue informado (así él nos lo dice) por Vicente Pinzón, el comandante de la Niña, y por el marinero Hernán Pérez Mateos, que fue un hombre de Lepe el que primero vio una luz distante y gritó "¡Tierra!". Según Fernández de Oviedo, cuando ese hombre encontró que lo habían defraudado con la propina, consiguió su licenciamiento, fue a África, y allí desechó el cristianismo a cambio de su antigua fe. El cronista no nos informa si la antigua fe era el judaísmo [7]. Según otros, fue Rodrigo de Triana, un marinero de la Pinta, quien primero gritó.

[7] "porque no se le dieron las albricias... se passó en Affrica y y renegó la fe"; Fernández de Oviedo, Crónica de las Indias, 1547, cap. 5, pag. 7. "I así el marinero de Lepe se pasó en Berberia y allí renegó la fe"; López de Gómara, Historia de las Indias, 168; Fernández de Oviedo, Historia General y Natural de las Indias, Madrid, 1851, I, 24.

     La tierra era isla Watling o quizás la isla Acklin; los nativos la llamaban Guanahani. Colón tomó posesión de esa isla para los gobernantes de Castilla, y luego, navegando hacia el Sudoeste a Fernandina, descubrió la isla que él llamó Isabel en honor a la reina. Todavía buscando la isla de Cipango con su fabulosa riqueza de oro y especias, él llegó a Cuba hacia fines de Octubre. Él creyó que estaba en la vecindad inmediata del reino del Gran Khan, y determinó mandar enviados hacia el interior para averiguar, como él lo expresó en una carta a Luis de Santángel, si había allí un rey o grandes ciudades. Esa misión él la confió a Luis de Torres, que fue acompañado por Rodrigo de Jerez de Ayamonte.

     Colón les dio instrucciones específicas, les ordenó que ellos prepararan el camino para un tratado de paz entre el gobernante del país y la corona castellana, y les dio una carta y regalos para el primero. Ellos también llevaron consigo muestras de pimienta y otras especias, a fin de mostrarlas a los nativos y averiguar dónde crecían tales cosas. El viernes 2 de Noviembre Luis de Torres y su compañero comenzaron su viaje en la tierra desconocida, y volvieron donde Colón el día 6. Ellos relataron que, después de sesenta millas de viaje, llegaron a un lugar con cincuenta chozas y con una población de aproximadamente mil personas; allí ellos encontraron hombres y mujeres con fuego en sus manos con el cual ellos encendían el extremo de un pequeño rollo sostenido en la boca que parecía ser de hojas secas y que era llamado tabaco; ellos inhalaban el otro extremo del pequeño rollo, y exhalaban grandes nubes de humo por la boca y la nariz. Los dos enviados recibieron una muy amistosa bienvenida de los nativos y su jefe; las mujeres besaron sus manos y pies, y cuando ellos se marcharon fueron escoltados por el gobernante, su hijo, y más de quinientas personas.

     Luis de Torres, el primer europeo que descubrió el uso del tabaco, fue también la primera persona de ascendencia judía que se instaló en Cuba. Él ganó el favor del gobernante, el cacique, y recibió de él como regalos no simplemente tierras sino también esclavos, cinco adultos y un niño. El rey y la reina de España le concedieron una concesión anual de 8.645 maravedíes, y Torres murió en la tierra recién descubierta.

     En Cuba, La Española, y las otras islas que él descubrió, Colón encontró nativos que tenían sus caciques, y su propia lengua y tradiciones. ¿A qué raza pertenecían esos aborígenes de América? Varios escritores han afirmado, y han desplegado muchos conocimientos en el intento de demostrarlo, que los aborígenes eran descendientes de los judíos [8]. Ese resultado fue alcanzado ya en el siglo XVI por un clérigo español [un tal Doctor] Roldán; sus argumentos se derivaban de un manuscrito inédito que él descubrió en la Biblioteca de S. Pablo en Sevilla.

[8] Entre otros escritores, véase Gaffarel, Histoire de la Découverte de l'Amérique, París, 1892, I, 89 sq.

     [Fernando de] Montesinos [9], quien poseía los manuscritos de Luis López, el docto obispo de Quito, estaba convencido de que los peruanos eran de origen judío. La opinión de Roldán y de Gregorio García [10], de que los aborígenes de América eran descendientes de los judíos, fue sostenida con muchos argumentos aquel mismo año, 1650, de manera independiente por el inglés Thomas Thorowgood [11] y por el judío portugués Menasseh ben-Israel, un renombrado rabino de Amsterdam que indujo a Cromwell a permitir que los judíos volvieran a Inglaterra. Un marrano portugués de Villaflor, que, cosa extraña, también se apellidaba Montesinos [Antonio] y que después asumió el nombre de Aarón Levi, informó a Menasseh que él había estado en contacto en América del Sur con judíos de las Diez Tribus. El libro de Menasseh llamó mucha atención y fue traducido al latín, castellano, holandés, inglés, italiano y hebreo [12]. El interés por dicho libro no ha cesado hasta hoy día; ese tratado "sobre el origen de los americanos" fue reimpreso hace doce años por el español Santiago Pérez Junquera [13].

[9] Él fue un clérigo brioso e intrépido, que durante mucho tiempo residió en Lima a principios del siglo XVI. [NdelT: Kayserling aquí se refiere equivocadamente al fraile Antonio de Montesinos, del siglo XVI, que nunca estuvo en Perú sino en La Española y de quien se sabe que fue brioso e intrépido en su defensa de los indios frente al abuso. De Fernando de Montesinos, del siglo XVII, también sacerdote y que sí estuvo en Perú, se sabe que escribió atribuyéndole a los indios peruanos un origen semita e identificando a Perú con la bíblica tierra de Ofir. Kayserling de hecho sólo da su apellido].
[10] Gregorio Garcia, Origen de los Indios del Nuevo Mundo, Valencia, 1607.
[11] Thomas Thorowgood, Jews in America; or Probabilities that the Americans Are of that Race, Londres, 1650.
[12] Menasseh ben Israel, Esperança de Israel, Amsterdam, 1650; 2a edición, Smyrna, 1659. La traducción latina se titula Spes Israelis, anno 1650.
[13] Santiago Pérez Junquera, Esperanza de Israel. Reimpresión a plana y renglón del libro de Menasseh ben Israel, teólogo y filósofo hebreo, sobre el Origen de los Americanos, Madrid, 1881. El rabino Louis Grossmann de Detroit, Michigan, tradujo una parte del trabajo al inglés, en el American Jews' Annual para el año 5649, es decir, 1889, bajo el título de The Origin of the American Indians and the Lost Ten Tribes.

     El origen de los americanos es, de hecho, una cuestión que a menudo ha sido discutida desde el descubrimiento de América hasta el día presente. Incluso en tiempos recientes el inglés Lord Kingsborough dedicó su tiempo, sus habilidades y la mayor parte de su gran fortuna a la publicación de una colección de documentos americanos, a fin de demostrar el origen judío de los indios de América [14]. No es improbable que los judíos que fueron expulsados de Nínive por Salmanassar vagaran hasta regiones deshabitadas. Según [el cronista Antonio de] Herrera, los indios valoraban la tradición de que Yucatán había sido colonizada por tribus venidas del Oriente. Varios escritores dan la ruta exacta por la cual los judíos viajaron hasta que ellos se establecieron en Cuba. Lord Kingsborough incluso afirma que ellos cruzaron el estrecho de Behring, y luego se dirigieron a Méjico y Perú.

[14] Antiquities of Mexico, Londres, 1830-1848, vol. VI.

     De más interés que el modo de la migración es la pregunta de si alguna analogía en el lenguaje, en tradiciones, en concepciones religiosas o en ceremonias religiosas justifica la aceptación de esa teoría etnológica. El principal argumento del Doctor Roldán en apoyo de su opinión es el lenguaje de los indios en La Española, Cuba, Jamaica y las islas contiguas. Él afirma que tiene mucho parecido con el hebreo; de hecho, él incluso lo llama hebreo corrompido. Él afirma que nombres tales como Cuba y Haití son hebreos, y que ellos fueron primero aplicados por los más antiguos caciques, los jefes o líderes (kasin), que descubrieron y poblaron las islas. Los nombres de ríos y de personas en uso entre los nativos se derivan del hebreo: por ejemplo, Haina del hebreo Ain, corriente; Yones de Jona, Yaque de Jacob, Ures de Urías, Siabao de Siba, Maisi de Moysi. Los nombres de sus herramientas, de sus pequeñas canoas o cansas, el nombre axi para la pimienta, el nombre del almacén para el maíz y el grano, y otras designaciones, todo apunta a la lengua hebrea.

     Sus ritos y ceremonias, así como su lenguaje, forman uno de los argumentos principales a favor de esa teoría de su origen. La circuncisión prevalecía entre los indios; ellos a menudo se bañaban en ríos y corrientes; ellos se abstenían de tocar a los muertos y de probar la sangre; ellos tenían días definidos de ayuno; el matrimonio con cuñadas estaba permitido si ellas quedaban viudas sin hijos; las mujeres eran desechadas a cambio de nuevas compañeras. Ellos también sacrificaban los primeros frutos en altas montañas y bajo árboles sombreados; ellos tenían templos y llevaban un arca sagrada que los precedía en tiempo de guerra; ellos eran también, como las Diez Tribus, inclinados a la adoración de ídolos. Todos los escritores y los viajeros están de acuerdo, además, en que había muchos tipos de rostros judíos entre los indios, los aborígenes de América.

     La pregunta de si los amerindios son descendientes de los judíos, si ellos son descendientes de las "Diez Tribus perdidas", a menudo ha sido contestada tanto de manera afirmativa como negativa [15], pero dicha cuestión no ha sido todavía definitivamente establecida.

[15] Véase, entre otros escritores, Garrick Mallery, Israelite and Indian; a Parallel in Planes of Culture, Salem, 1889. Para otros trabajos sobre este tema, véase Narrative and Critical History of America, editada por Justin Winsor, Boston, 1889, I, 115-116.

SHALOM A TODOS
ATENTAMENTE RICARDO ANDRES PARRA RUBI
MALKIYEL BEN ABRAHAM